El viernes 4 de enero nos juntamos un grupo de cinco senderistas, y por supuesto mi perro Otto, para hacer la primera ruta del año 2013. Con ella también completábamos el carnet de bonorutas del año anterior. Esta marcha serviría para renovar fuerzas de cara al año que acabábamos de iniciar.
Esta vez no tuvimos dudas a la hora de elegir que ruta realizaríamos, ya que teníamos una cuenta pendiente con uno de los senderistas, ya que hace aproximadamente tres años y medio hicimos esta misma, pero partiendo desde otro punto, y en ella no pudo participar por lo que le hicimos la promesa de que en algún momento realizaríamos de nuevo el ascenso a ese lugar que tiene un encanto especial. Ese enclave no es otro que el «Machu Pichu Cántabru», es decir la mítica Braña de los Tejos. Pinchando en el siguiente enlace se puede ver la entrada al blog de esa ocasión, en la cual partimos desde el pueblo de Santa María de Lebeña, pinchar aquí.
Para ello madrugamos un poco, ya que el punto de inicio se encuentra un poco lejos de Santander, y nos dirigimos hacia nuestro punto de partida, esta vez en vez de partir desde Santa María de Lebeña, saldríamos desde el pueblo de Cicera, perteneciente al municipio de Peñarrubia y que se encuentra a 500 metros de altitud. Para llegar a Cicera nos dirigimos carretera hacia Potes y al llegar al pueblo de Hermida, justo antes del Balneario, nos metimos por una carretera a mano izquierda que nos dirige hacia los pueblos de Linares, Navedo, Piñeres y por fin Cicera. En este tramo pudimos ver la imagen de la Torre de Linares la cual constituye uno de los monumentos medievales más representativos de la Cantabria occidental, símbolo del feudalismo de esa época y de la importancia estratégica e histórica que esta zona septentrional de la Cordillera Cantábrica tuvo en toda la Edad Media.
La torre de Linares ha sido reconstruida gracias a la colaboración de la Consejería de Cultura del gobierno de Cantabria, y el grupo de acción local Saja-Nansa, y permite hoy ver recreada en su planta noble y almenada, la sensación que tuvo en su época más brillante, a finales del siglo XIV y durante todo el siglo XV. Fue residencia del señor de Linares, noble que tuvo bajo su mando el valle de Peñarrubia, desde el bajo medievo, y que aprovechó la importancia estratégica de esta zona, para acrecentar su poder y mantenerlo durante algunos siglos. Esta torre era parte de un entramado de tres torres que denotaban el poder que el Señor de Linares ejerció en el valle. Además de la Torre del Pontón estaba, la Torre de Piedrahita, situada a 620 m. de altitud, y a apenas 500 en línea de esta, y la Torre de Verdeja, junto a la carretera autonómica, a 440 m. de altitud, en el barrio del mismo nombre del mismo pueblo de Linares.
La Torre de Linares posee planta cuadrada de unos 9 m. de lado. Sus muros de sillería, realizados en piedra arenisca, tienen 80 cm. De espesor. Su tipología es similar al esquema arquitectónico de las torres medievales de la región; sus características responden a un modo de combate con escasos efectivos humanos, armados con ballestas, picas, dardos y espadas. Son fortalezas vinculadas a guerras de escaramuzas, asaltos por sorpresa y pequeños asedios.
Las esquinas de esta atalaya están orientadas hacia los puntos cardinales. Divide su alzado en cuatro alturas, coronadas por almenas cuadradas. El acceso se realiza a través de un vano de más de 2 m., en forma de arco apuntado. Esta puerta se encuentra en la fachada sureste donde también hay una ventana ajimezada y una tronera a la altura del primer piso, que es la estancia noble.
Una vez pasado por estos pueblos llegamos a nuestro punto de partida, Cicera (500 m.), pueblo situado entre el desfiladero de la Hermida y el Valle de Lamasón, donde dejamos aparcado el coche unto a lo que parecía ser una parada de autobús.
Para descargar el track para GPS desde Wikiloc pinchar aquí: (hay que registrarse en Wikiloc), aunque si queréis seguir un camino más sencillo y accesible, aunque un poco más largo, os recomiendo usar este otro enlace, pinchar aquí.
Para ver el vídeo del bono-ruta realizado por uno de los senderistas pinchar aquí:
Una vez preparadas las mochilas iniciamos nuestro, en principio duro ascenso, en dirección a la Braña de los Tejos para lo cual tendríamos que superar un desnivel de aproximadamente unos 900 metros. Justo en esta plaza del pueblo había un cartel indicativo en el que explicaba la ruta de ascenso hacia nuestro destino final, aunque nosotros no elegimos este camino, sino que escogimos una alternativa que en principio iba a ser bastante más dura ya que atravesaba todo el bosque de Cordanca sin seguir por una pista ni sendero fácilmente diferenciable.
Partiendo de la carretera que se encuentra junto al letrero, cruzamos sus calles en dirección sur hacia el final del pueblo donde tuvimos que pasar por encima de un pequeño puente.
Todavía sin salir del pueblo nos encontramos una señalización del Camino Santo Lebaniego, el cual partiendo de Santander llega hasta esta localidad. En concreto por aquí pasa la quinta etapa que va desde Quintanilla de Lamasón hasta Cabañes.
Continuamos dirigiéndonos hacia la salida del pueblo y pasamos junto a un gran castaño que estaba protegido por un cerrado de madera, adentrándonos en una pista bastante cómoda, la cual duraría muy poco. En este punto llegó nuestra primera duda, aunque al llevar metido un track en el GPS pudimos resolverla fácilmente. La duda llegó porque la pista se dirigía hacia la derecha, siguiendo el Camino Santo Lebaniego, mientras que había un sendero que se dirigía hacia la izquierda. Además justamente en este punto vimos uno de los varios indicadores que marcaban el camino correcto, pero como la mayoría de ellos estaban tirados en el suelo, no sabiendo qué camino marcaba, lo colocamos un poco y siguiendo lo que nos marcaba el track nos adentramos en este sendero. Algo que nos extrañó en gran parte de la ruta fue que la mayor parte de los indicadores de la ruta estaban desenterrados y esparcidos por el suelo, no sabemos si por la acción del agua y los animales o por otra causa.
Este sendero parecía un antiguo camino ya que estaba formado por grandes piedras colocadas de manera que parecía una calzada romana, en verdad parece ser que este era uno de los pasos que unía en el siglo XIX, antes de la construcción de la carretera del desfiladero de la Hermida, la costa de Cantabria con la zona de Liébana.
Parecía que íbamos por el camino correcto, ya que como expliqué anteriormente vimos tirados algunos indicadores marcando la ruta a la Braña de los Tejos. Estos indicadores explicaban los tipos de árboles que nos encontrábamos por el camino, dando una pequeña descripción de ellos. Los encontramos referentes a castaños, avellanos,… Al poco de pasar por uno de estos letreros tuvimos que atravesar por un puente la riega de Cordanca.
Nada más atravesar este rústico puente de madera nos encontramos unas ruinas, con su indicador, de lo que fue la ermita de Santa Cilde, de la cual sólo quedan algunas paredes y parte de la techumbre del ábside. Poco o nade se sabe de sus orígenes e historia, aunque parece ser que las imágenes de los Santos Mártires de la Iglesia de Cicera procediesen de esta ermita.
Continuando por este sendero volvimos a encontrar más señalizaciones, en este caso sobre los avellanos, indicándonos que íbamos por el camino correcto, teniendo que atravesar algún pequeño arroyo que nos encontramos por el camino.
Cuando llevábamos aproximadamente dos kilómetros caminados nos encontramos una especie de portilla en mitad de un muro que parecía que daba entrada a una finca.
A los diez minutos de pasar por esta portilla llegamos a una pequeña zona despejada, la cual estaba totalmente embarrada ya que un pequeño arroyo la atravesaba. Conseguimos pasar fácilmente por encima de unas piedras y en este punto es donde vimos, en mitad del agua, el último indicador de la ruta de la Braña de los Tejos.
A la hora de haber comenzado a caminar nos encontramos al borde del camino una cabaña que se encontraba cerca de una agrupación de cabañas que pertenecen a los invernales de Prado Arcedón.
Al borde del camino también nos encontramos alguna pequeña agrupación de cabañas escondidas entre los árboles.
Llega un momento en el que ya parece que salimos del bosque y salimos a una zona totalmente despejada donde había una bonita braña.
Continuamos caminando por este sendero que va paralelo a la Riega de Cordanca, la cual va desde Collado de Pasaneu hasta Cicera, dejando a mano izquierda alguna cota llamativa perteneciente a la sierra de las Coronas (1.053 m)
Al poco de haber pasado por estas agrupaciones de cabañas y brañas llegamos a un punto donde el sendero se va hacia la izquierda, junto a una cabaña y que parecía el camino seguro para llegar a la braña de los Tejos, al final si hubiésemos seguido por este camino, a los pies de la sierra de Coronas, hubiésemos llegado a una pista que nos dirigiría hacia el collado de Pasaneu, aunque por un camino mucho más largo, y por tanto a nuestro destino final.
En este punto se nos presentó una gran duda, ¿Qué camino a seguir?, seguir por el sendero fácilmente marcado, el cual iba hacia la izquierda, irnos hacia la derecha por una zona despejada buscando un ascenso más sencillo, o meternos por la cuenca, en este momento seco, de la riega de Cordanca. Viendo que el track que llevábamos cargado en el GPS era introduciéndose por esta última opción y sabiendo que habían llegado a nuestro destino final, nos decantamos por tomar este camino, el cual sabíamos mucho más complicado, tal y como habíamos leído en los comentarios del track en Wikiloc.
A partir de aquí es donde comienza lo realmente complicado y duro del ascenso, ya que en este momento nos encontrábamos a una altura de 800 metros y en muy pocos kilómetros, unos tres kilómetros y medio, es decir lo que llevábamos recorrido hasta este momento, tendríamos que llegar a los 1400 m. Otra gran dificultad es la no existencia de ningún sendero, camino,… si no que lo único que podíamos hacer es ir ascendiendo siguiendo de cerca el cauce de la riega para no perderla. Lo mejor del ascenso era las bonitas estampas que nos encontramos por el camino.
En la siguiente fotografía se puede ver la dureza del ascenso, en el que cada uno íbamos buscando el «camino» más sencillo, aunque había pocos. En muchos momentos tuvimos que agarrarnos a ramas, raíces de árboles o piedras para continuar subiendo y en algunos momentos ayudarnos unos a otros para destrabar las mochilas de las ramas de los árboles.
Continuamos siguiendo la cuenca de la riega y en algún momento nos separamos para buscar un paso cómodo, o atravesar alguna vaguada por la que debería bajar algún otro arroyo. Si se sigue este cauce no hay pérdida, aunque puede llegar un momento que presente dudas por la dureza. Según íbamos avanzando veíamos que llegábamos a la parte superior y ya más despejada en la que parecía volver a verse los rayos de sol entre los árboles.
En este momento parecía que el bosque se aclaraba y que ya llegábamos a nuestro destino final después de casi una hora y media de ascenso por esta vaguada. Justo cuando ya casi estábamos saliendo al Collado de Pasaneu, después de haber pasado por el Cotero de Mingo Álvarez, pudimos ver una antigua vagoneta minera, seguramente de la mina de calamina que se encuentra en la Braña de los Tejos.
Una vez pasada la zona donde encontramos la vagoneta tuvimos una vista de una pequeña cota hacia la que nos tendríamos que dirigir para llegar a la Braña de los Tejos, que aunque en un primer momento parezca que es la braña final, no lo es, todavía queda un poco para llegar al «Machu Pichu Cántabru», nosotros ya lo sabíamos por la vez anterior que hicimos esta ruta.
Desde aquí ya se podía observar el Collado de Pasaneu que es el punto de unión con la ruta que sube desde Santa María de Lebeña y a la que se puede acceder incluso en un cuatro por cuatro, aunque así se perdería una gran parte del encanto de la subida.
Desde aquí, gracias al hermoso día que tuvimos, se podía ver toda la costa, desde san Vicente de la Barquera, en el que se distinguía el puente sobre la ría, Comillas, con la universidad Pontificia como punto de referencia, e incluso se podía observar el monte Buciero en Santoña.
Una vez en este punto encontramos de nuevo una marca que nos dirigía a la Braña de los Tejos a través de un sendero claramente marcado.
Una vez arriba de este último ascenso lo que pudimos ver fue un auténtico espectáculo, por un lado se podía ver Peña Ventosa (1.434 m.) justo delante del Macizo Oriental de los Picos de Europa.
Y por el otro veíamos una cima que a simple vista no parecía muy representativa, ya que desde esta posición no destaca mucho pero era el Cueto de Cascuerres (1.561 m.) que es la última estribación de la cordillera de Peña Sagra, la cual al verla de perfil no podíamos diferenciar.
Siguiendo por esta alambrada que separa los pastos de Peñarrubia de los de Líebana llegamos a nuestro destino final, la Braña de los Tejos, en la sierra de Cuerres, la cual, si no se tiene cuidado se podrá ir degradando por la entrada de ganado en la zona, ya que en la ocasión anterior que ascendimos teníamos que entrar por una zona por la que el ganado no podía pasar pero en la actualidad esa valla ya no existe y el ganado puede pasar tranquilamente y dañar este maravilloso entorno. Sería necesario que esta zona se protegiese de alguna manera.
El ascenso a esta Braña de los Tejos es típica realizarla en la época de Julio a Septiembre ya que el ayuntamiento de Peñarrubia dispone de un par de guías que hace esta visita guiada dos veces por semana y el primer sábado de Agosto, el Ayuntamiento de Peñarrubia realiza la subida senderista como fiesta turística, declarada de interés regional el pasado Enero de 2.004, por parte del Gobierno de Cantabria.
Sabemos por reseñas históricas que el tejo era el árbol sagrado de los Cántabros. Es muy posible, aunque no hay testimonio escrito que lo asevere, que en los bosques del macizo de Cordancas, o tal vez en la misma Braña de los Tejos, se asentase algún poblado Cántabro, aunque fuera de forma intermitente, lo que explicaría la más probable existencia de un campamento militar en Cicera. Sabemos que la presión del ejército Romano obligó al pueblo cántabro a ocupar las cumbres más altas y de más difícil acceso, y no será menos cierto, que la Braña de los Tejos sería, además de por la especie que la puebla, por sus especiales características estratégicas y defensivas un lugar muy especial para aquel pueblo celta.
Desde entonces la Braña de los Tejos he perdurado, siendo cobijo de pastores y ganado en un lugar de paso entre Peñarrubia y Liébana, y en cuyas inmediaciones además del pastoreo no se han realizado otras actividades más que el carboneo y la extracción de mineral de Blenda.
El tejo común o tejo negro (Taxus baccata) es uno de los árboles que más ha influido en la historia y la sociedad del Occidente de Europa, no en vano aparece en numerosos topónimos y en innumerables historias y leyendas. A ello contribuye el hecho de que esta especie es uno de los árboles más longevos del mundo, pudiendo alcanzar los 2000 años de edad.
Con sus ramas, los druidas celtas hacían bastones «mágicos» y con palillos de tejo adivinaban el futuro. La llegada del cristianismo no cambió este aura mística del tejo. Los cristianos, a menudo construyeron sus iglesias y cementerios a laso de tejos que ya habían sido sagrados por los Celtas.
La rojiza madera del tejo es de una dureza extraordinaria, comparable a la del boj, esto unido a su resistencia al frotamiento, hace que en el pasado también fuese muy utilizada para la fabricación de los ejes de los carros.
Las virtudes curativas el tejo son conocidas desde hace milenios. Ya en el siglo I de nuestra era el emperador romano Claudio publicó un edicto en el que señalaba al tejo como el mejor antídoto contra las picaduras de ofidios. En fechas más recientes se descubrió en la corteza del tejo el taxol, una sustancia que hoy en día es uno de los más potentes anticancerígenos.
Sin embargo, y del mismo modo que cura, el tejo puede matar. Todas las partes del tejo, excepto la carne roja de las bayas, contiene taxina, un potente alcaloide. Los romanos nos cuentan como pueblos celtas, como los cántabros, empleaban infusiones de tejo para suicidarse. Los tóxicos del tejo paralizan el sistema nervioso central; la ingestión de tejo acelera el pulso al principio, que después se va volviendo más lento e irregular. La muerte se produce por parálisis respiratoria. Caballos y asnos son sensibles a este veneno, se sabe de equinos que han caído fulminados a los pocos minutos de haber ingerido hojas de tejo, tal y como ha pasado con un par de yeguas que iban a participar en la cabalgata de Reyes en Puente Viesgo que han fallecido al ingerir ramas de este árbol. En cambio, otros animales como conejos y gatos son inmunes a la taxina.
la actividad minera fue frecuente en Peñarrubia durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. La explotación se realizaba de forma manual, mediante bocaminas que se excavaban siguiendo las vetas de mineral. En una de las zonas de esta braña pudimos ver la entrada a la mina de blenda, a la cual accedimos y pudimos ver un pequeño lago al fondo de ella. Era la entrada a las minas de Arceón. De estas minas se extraía blenda, un mineral con alto contenido en zinc, el cual se empleaba en la galvanización del acero, en la fabricación de pinturas y conservantes para la madera, así como productos de tintorería y farmacia.
Después de disfrutar de un relajante paseo por esta mística zona nos dispusimos a parar para comer, teniendo como fondo unas magníficas vistas de los Picos de Europa.
Como el año pasado aprovechamos, debidos a las fechas, a celebrar el cumpleaños de unos de los senderistas con el típico rosco de Reyes, el cual nos supo a gloria sobre todo al tomarlo con un chocolate caliente que habíamos traído. El rosco tenía muy buena pinta, pero en la foto se puede observar el magnífico entorno en el que nos encontrábamos.
También aproveché para realizar una panorámica de este maravilloso entorno en el que se ven cimas típicas como Coriscao, Peña Prieta, Pico sagrado Corazón, Samelar, las Verdianas y los Ageros.
Después de disfrutar de nuestro Rosco de Reyes y de las maravillosas vistas que nos brindó este día soleado de invierno, decidimos iniciar el camino de descenso hacia Cicera. Esta vez en vez de descender por el mismo camino, el cual sería bastante complicado y peligroso, decidimos bajar siguiendo una pista que va por el valle de Lamasón. Para ello nos dirigimos hacia el collado de Pasaneu donde encontramos una pequeña charca.
Atravesamos la alambrada que separa Peñarrubia de Liébana por un paso preparado para ello, dirigiéndonos a la zona de Liébana.
Aquí cogimos un sendero bastante ancho y que se dirige hacia el Pico Cascuerres (1.562 m.), la última estribación de la Cordillera de Peña Sagra y en vez de ir por el camino de la derecha nos dirigimos por el que va por la izquierda.
Este sendero recibe el nombre de Senderuco de los Caballos y se dirige hacia el cotero de Mingo Álvarez. Es un sendero muy cómodo y que facilita el descenso.
Por este sendero es por donde va el PR-S4 desde Lamasón hasta Camaleño, el conocido como «Camino de Pasaneu». A las cinco horas desde que iniciamos la ruta nos encontramos un desvío el cual no cogemos, siguiendo por la pista principal y dirigiéndonos dirección hacia La Venta de los Lobos.
Continuando por esta pista llegó un momento que se tenía una espectacular vista de Linares, Piñeres, Navedo y Cicera y destacando sobre todo el mirador de Santa Catalina, el cual visitaríamos al final de la ruta.
Cuando ya llegábamos a la Venta de los Lobos, por atajar un poco nos metimos un poco en el monte saliéndonos de la pista principal y ahorrándonos un buen trecho del camino, lo cual se agradecía ya que ya llevábamos andando más de cinco horas y además con el duro ascenso que habíamos acometido.
Desde este atajo se veía abajo el camino que tendríamos que haber seguido, en el que destacaba un cerrado para el ganado.
Después de este atajo volvimos a salir de nuevo a la pista pero por muy poco espacio,
ya que a los pocos metros de ir caminando por la pista llegamos a un collado a la altura de la Sierra de las Coronas, donde teníamos la posibilidad de seguir tres posibles alternativas. La primera de ellas era bajar por la vaguada en dirección al punto donde había una cabaña junto un sendero justo en la vaguada por donde nos metimos en la cuenca de la Riega de Cordanca. La segunda era subir hacia el collado e ir campo a través en busca de los invernales de Carracedo. La última alternativa era seguir por la pista principal, pero separándonos mucho de nuestro destino final. Nos decantamos por la segunda opción y nos dirigimos hacia el collado.
Una vez en el collado, desde él se tenía una vista de la cordillera de Peña Sagra y por el otro lado nos dirigíamos hacia unos invernales, los de Carracedo.
Cuando descendíamos, monte a través, siguiendo el sendero abierto por el ganado, nos llevamos la agradable sorpresa de ver como de una pequeña arboleda salían tres venados, los cuales en vez de subir hacia arriba se dirigieron hacia la parte baja donde se encontraban los invernales, dándonos tiempo para poderlos ver y fotografiar tranquilamente mientras ellos nos vigilaban.
Seguimos campo a través hasta llegar a un camino bastante embarrado cerca de los invernales y que dirigía a dichas cabañas, las cuales se encontraban en bastante buen estado.
Desde aquí continuamos por esta pista embarrada y nos dirigimos hacia el collado de Carracedo, saliéndonos de la pista principal hacia una cabaña y desde la que pensábamos que íbamos a tener un camino sencillo para descender hacia Cicera.
Pero no fue así, desde aquí el descenso se hacía bastante complicado ya que llegabas a unos cortados bastante complicados de descender, así que no nos quedó más remedio que recular y volver a la pista principal, intentando buscar otro camino de descenso.
Viendo que la pista principal se abría mucho y se nos iba a largar mucho el camino, cuando llegamos junto a un indicador que había tirado en el suelo y que marcaba un destino al que nosotros no íbamos, decidimos salirnos de nuevo campo a través hacia los invernales de Agua Seles.
Íbamos campo a través cuando nos encontramos un indicador en mitad de la nada que ponía mirados de Agua Seles. Desde este punto nos pudimos deleitar en la contemplación del paisaje, que está limitando al norte por la alineación montañosa de los Picos de Ozalba, el Monte Gamonal, el Virdio Treslajora, ya en los Picos de Europa, Los Ageros-moles, todas ellas, de caliza gris casi desnuda de vegetación, que contrastan poderosamente con el verde de los brezales y praderías de sus faldas. Hacia el oeste, se encuentra el barranco del río Cicera, la población del mismo nombre y, tras ella, el Monte de Santa Catalina, con su denso hayedo. Hacia el sur, finalmente, las cabeceras de estos arroyos de la red del Deva se ven enmarcadas por el extremo occidental de la sierra de Peña Sagra y su continuación en la sierra de Cuerres donde se encuentra la Braña de los Tejos.
Continuamos caminando hacia los invernales de Agua Seles campo a través y cuando llegamos a la Cuesta de las Navas desde la que se podía ver una cima cercana, el Pico de Obán (787 m.)
En vez de seguir recto hasta encontrar un nuevo sendero, en este caso el PR-S3 conocido como «Camino de Arceón» nos dirigimos en dirección hacia Cicera de forma directa, sin saber si tendríamos que volvernos para atrás por no poder acometer el descenso. En este descenso nos encontramos muchos espinos y brezos que dificultaban el paso, pero veíamos claramente nuestro destino final, así que continuamos por él.
En medio del descenso nos encontramos un bebedero para el ganado
ya veíamos cerca el final del camino cuando de repente nos encontramos el sendero que podíamos haber cogido más arriba, facilitándonos el descenso, el PR-S3.
Ya continuamos por este camino hasta que llegamos a la primera de las casas de Cicera dirigiéndonos hacia donde teníamos el coche, donde aprovechamos para cambiarnos el calzado y descansar un momento hablando con los lugareños del lugar.
Una vez en Cicera nos comentaron que estaría bonito visitar el mirador de Santa Catalina, también conocido con el nombre de la Bolera de los Moros, donde en la época Medieval había una fortaleza, la cual fue construida entre los siglos VIII y XI, y cuyas ruinas son conocidas como castillo de Piñeres. Las excavaciones coordinadas por Pedro Sarabia confirmaron la presencia de una torre de planta trapezoidal, una atalaya de planta ovoide con diámetros de 10 y 6 metros, separada de la primera estructura por un patio, fuertes murallas y una primitiva ermita advocada a Santa Catalina de la cual sólo quedan los cimientos. Así que aunque ya estaba anocheciendo nos dirigimos en coche hacia el mirador. La foto no es mía ya que estaba ya bastante oscuro y la he cogido de la Web.
Desde este mirador las vistas del desfiladero de la Hermida y del valle de Liébana eran espectaculares, llegándose a ver hasta Potes.
Una vez realizada esta última visita nos pusimos carretera hacia Santander, parando previamente en Unquera para comprar unos postres típicos y tomar un merecido refresco. También comentamos que no descartamos volver a ascender, dentro de unos años, desde el último punto que nos falta, desde San Pedro de Bedoya.
Para ver la imagen en Wikiloc pinchar sobre la imagen.
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